Hablar de Jean-Claude Van Damme es hablar de acción, artes marciales y mucha adrenalina, eso al menos en sus películas de los 80’s y 90’s; sin embargo, las producciones de los últimos veinte años, para muchos de sus fanáticos, han llegado a decaer en calidad, pero, ¿esto es así para el actor belga o se renueva con su más reciente película, El último mercenario de Netflix, al cambiar de género cinematográfico? Veamos.
Primero hay que mencionar que El último mercenario, disponible en Netflix, cumple con entretener, es decir, no es que marque un parteaguas o algo por el estilo, pero, aun así, puede llegar a ser algo divertida si se le echa un vistazo desde una lectura diferente a lo que nos acostumbró Van Damme en películas como Soldado universal, de 1992, o Street Fighter, la última batalla, de 1994. Es desde la farsa, precisamente, con que hay que ver esta nueva película y, en específico, con algunos de los elementos que caracterizan al género. Estos son el absurdo, lo grotesco, lo ridículo e, incluso, la crítica.
1.- El absurdo y lo ridículo en El último mercenario
Para comenzar, el también protagonista de Kickboxer (1989) interpreta al exagente del servicio secreto Richard Brumère, alias La Bruma, quien regresa a Francia al enterarse que su hijo, Archibald AI Mahmoud (Samir Decazza), ha sido inculpado por traficar armas cuando su identidad es robada.
De esta manera, en una misión al inició del largometraje, se da a conocer el tono de la cinta, pues, a pesar de que Van Damme aún puede hacerles frente a los villanos, la primera acción cómica recae en el sujeto a quien intenta rescatar, el cual termina noqueado por una lámpara debido a su propio intento de escape, al confundir a nuestro héroe y correr lejos de él, descuido que, si se piensa, también se le puede atribuir al propio Richard Brumère pues, ¿acaso no era él un experimentado mercenario o por qué demonios le da la espalda a su supuesto protegido? Sin duda, esto sería un reclamo si no fuera por el tono que, reitero, desde ahí establece lo absurdo en que va a consistir la película, por lo que algo así, supongo, tiene que pasar.
Lo anterior también es constante en el resto de El último mercenario, me refiero a encontrar personajes que asuman roles ridículos, como su propio hijo, Archibald AI Mahmoud, o Alexandre Lazare, interpretado por el comediante Alban Ivanov, funcionario a quien el mismo gobierno pretende usar primero como chivo expiatorio y luego como carnada para atrapar a Brumère, cosa que no funciona y este último lo incluye en su equipo después de hacerlo recorrer parte de la ciudad en calzones y montado en un scooter.
Hasta aquí, Van Damme es el único que sale bien librado de ser el objeto de unas cuantas risas; no obstante, como punto a su favor, eso cambia.
2.- Lo grotesco y la postura un tanto crítica, o no, de El último mercenario
La figura soez e impulsiva es representada por el personaje antagónico Simyon Novak (Nassim Si Ahmed), quien es el verdadero traficante, además de resultar ser el hijo del rey de Targistán. En este punto abro un paréntesis, pues es inevitable no pensar en la referencia de algún país del continente africano y cómo este personaje, una vez más, puede ser algún estereotipo que aglutina aspectos negativos del extranjero.
Aún así, la cinta no carece de intentos por develar los propios vicios, una de las funciones de lo grotesco que puede desembocar en una crítica, de los miembros del gobierno Francés.
Para empezar, ya mencioné lo desechable que le resultan sus propios funcionarios al poner como chivo expiatoria a Alexandre Lazare, pero también la ambición que se revela casi al final con el personaje de Marguerite (Miou-Miou), supuesta aliada de Brumère y que resulta ser madre de otro de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores, en París, Paul Lesueur (Eric Judor), y cómplice de Simyon Novak, no sin manifestarle su cínico desprecio por tenerlo como hijo al pobre e incompetente de Lesueur.
Y, con esto, llegamos al buen y sexagenario Van Damme, a quien se le agradece no inclinarse por participar en una cinta donde, una vez más, se exalte tanto su figura sino que, en cambio, use su protagónico para parodiarse a sí mismo y a las películas de acción, y es que, ¿qué más crítica que la de un hombre que forjó toda su carrera, tanto en la ficción como en la vida real, interpretando héroes pero que, en este largometraje, resulta ser un cobarde a la hora de enfrentar a su hijo a quien él mismo abandonó?
Por esto mismo, podemos decir que, mientras haya quien lo juzgue como un actor ya en decadencia por realizar producciones como El último mercenario, otros veremos un refrescante matiz en la carrera de Jean-Claude Van Damme y que, si lo sabe aprovechar en mejores proyectos en el futuro, donde se explote su nueva y quijotesca faceta hasta las últimas consecuencias, poco importará si esa decadencia logra resaltar los vicios humanos de toda una sociedad a través de la risa.
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